Fragmento N°10

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 El primero en ser interrogado fue el único de todos los prisioneros que tenía apariencia militar. Si bien no era un hombre atlético para aparentar ser guerrero, el hombre regordete de chaqueta azul e insignia extraviada fue el primero en ir al banquillo. Habían ubicado un taburete en uno de los extremos de la mesa que utilizaban para desplegar las cartas de navegación, en el extremo opuesto se había ubicado Greg al centro, el primer oficial Nock a su izquierda, y el contramaestre Favre, que no tenía una posición fija en el habitáculo, se movía a pasos lentos alrededor de la mesa, como si su andar hipnotizase al interrogado.

En el instante en el que el hombrecillo fue traído y sentado por Umbukeli, Greg notó que todo el montaje había surtido su efecto. El hombre respiraba y olía a miedo.

Apenas se sentó, sin dubitar y sin dirigirle la mirada, Greg enunció rápida, pero claramente:

¿Sabes quién soy y en qué nave te encuentras? — Sin responder el hombre miró hacia abajo y asintió tímidamente,

Greg, remató, —¿Eso es un “Sí”? —

Atemorizado, el pequeño sujeto levantó la mirada, y temblorosamente completó: —Usted es Gregor, a quien dicen El Celta, y este es su barco. —

Greg asintió, se regocijaba cuando sus enemigos los llamaban por su apodo de corsario, El Celta. Actuando algo distraído, consultó: —Nombre y rango, si no es mucha molestia mi estimado amigo. —

El sujeto tembló de temor, como el mástil de una barcaza pesquera en medio de un vendaval. Favre, olfateando el terror del individuo, aprovechó la ocasión para acotar con su sutil acento franco: —Bastaría con su nombre, pero verá usted, por algún motivo no hay ningún tipo de insignia o enseña en su chaqueta que nos permita pasar por alto su rango.—

Con una voz débil, casi imperceptible, el marinero respondió: —Nnn no soy marinero, mucho menos militar—

—¿Entonces? — incriminó Nock,

El sujeto, volvió a bajar su mirada, y con los ojos en dirección al suelo dijo: —Mi nombre es William Du Toit, y soy el secretario personal de capitán Piet Hein. —

Todos se quedaron petrificados.

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