Fragmento N°11

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Piet Hein era un perro sanguinario, bajo bandera holandesa había saqueado naves de prácticamente cualquier nación que alguna vez botó un barco al océano. Ese maldito entregaría su madre a los caníbales, si pudiese obtener un par de florines a cambio. Pero para sus compatriotas la historia era más bien, diferente. En las provincias de Frisia y Utrecht, Hein era un héroe, un enviado divino, temido por sus enemigos, el azote del mar para quienes batallaran contra él y sus hombres.

Greg había oído su nombre, aunque prácticamente cualquier hombre de mar o que viviese en zonas costeras al alcance de sus cañones, había oído de Hein. Su radio de acción no era claro, pero había sitiado Salvador de Bahía en dos ocasiones, aunque también había comandado el acuartelamiento fallido de Luanda, en el África.

Navegar bajo el ecuador, era tentar la muerte a manos de los cañones de Hein. Pero el interrogante que martilleaba la mente de Greg era, “¿Qué demonios hacía el secretario personal del neerlandés en las Antillas?” Y lo que era peor, “¿Qué secuencia de sucesos desafortunados del destino habían provocado que acabase en su barco?”

 —Señor Du Toit, ¿Qué lo trae por estas aguas? Imagino que un caballero de su clase se siente más cómodo ordenando la correspondencia del capitán Hein, que navegando costas salvajes en soledad. —, intimidó Greg.

Agobiado por su carga, William Du Toit respondió pesadamente: —Navegábamos en dirección NorNoreste, intentando cruzar el Atlántico hacia Europa continental, cuando una tempestad nos impidió sostener el rumbo, con daños serios en el palo mayor y de trinquete, quedamos a merced del viento y la marea, hasta que fuimos interceptados por usted. —

Eso, no responde que es lo que usted hacía exactamente, lejos de su capitán. — recalcó Favre.

Rendido por las circunstancias, Du Toit sollozó: —El Sr Hein me pidió que transportara personalmente algo de suma importancia para él. — Los ojos de Greg se iluminaron como zafiros, el miedo había dado paso a una mezcla de ansiedad y curiosidad que desbordaban su alma.

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