Lee la historia completa desde el Fragmento N°1
Un silbido tenue se generaba cada vez que la piedra de agua rozaba el filo del arma. El cuarto en el cual se encontraban estaba poco iluminado, la única fuente de luz eran unos sutiles rayos de luna que se filtraban por entre el enrejado que decoraba una de las ventanas de la habitación, arrojando su luz sobre una pequeña parcela del suelo, dejando ver las tablas viejas y desvencijadas que conformaban el piso del habitáculo.
A pesar de la oscuridad, la habitación de la posada dejaba ver claramente la entrada de la guarnición que se encontraba cruzando la calle.
En el interior, era tal la oscuridad, que nadie podía observar a Roger mientras este continuaba afilando su sable. Solo podía oírse la melodía que generaba el roce de la piedra contra el acero, como si fuese una sinfonía tosca y lúgubre que anticipase lo que estaba por venir.
Además de la luz lunar que se infiltraba, en el interior podían percibirse unos pequeños destellos rojos que generaban las mechas encendidas de los mosquetes que portaban los marinos que se encontraban en el cuarto.
Cada mecha generaba un minúsculo brillo, que delataba la posición de los hombres dentro de la habitación, o al menos la posición del arma que portaba cada uno. El brillo generado, se movía sutilmente, siguiendo los movimientos nerviosos de sus portadores.
Repentinamente uno de los destellos trepó en el aire, hasta llegar a la altura del rostro de una persona promedio. El silencio era tal, que pudo oírse claramente como la vestimenta del sujeto crujía mientras este movía sus extremidades para alzar su arma. Una ráfaga pequeña iluminó la habitación cuando el marino encendió un cigarro con la mecha de su mosquete, y el pequeño destello permitió que por un segundo se reflejaran las siluetas de los tres hombres armados que se encontraban a su lado.
En el extremo opuesto de la habitación, Roger detuvo su ritual cuando una voz emergió del rincón mas oscuro del cuarto, Hein dijo: —Si ese tabaco nos delata, le pediré a Roger que pruebe el filo de su sable con tu tráquea.—
En silencio, el punto rojo del cigarro desapareció, y todo volvió a la tranquilidad.