Fragmento N°149

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Con un golpe suave del timón, El Retiro amplió levemente su maniobra de flanqueo, dejando todo su costado derecho enfrentado al galeón holandés. Se encontraban tan cerca que Arthur divisó la silueta del vigía sobre la cofa, el hombre se encontraba de pie, observándolos, incrédulo de lo que sus ojos eran testigos. En la práctica, era improbable que una nave anclada en una bahía neutral sea atacada, más aún tratándose de un galeón moderno fuertemente armado, y dentro de la cobertura de las baterías costeras.

Arthur sabía que aún no habían alertado al sujeto porque las troneras se encontraban cerradas. En cuanto diera la orden y fuesen abiertas, las bocas de las culebrinas se asomarían por cada pequeña ventana, el holandés comprendería que estarían bajo fuego. A pesar de la corta distancia, tal vez el sujeto los estaría observando esperando que sea otra nave maniobrando en la bahía, en busca de un lugar donde anclar.

Para evitar alertar al sujeto, Arthur había dado estrictas indicaciones de que no hubiese movimiento sobre la cubierta, esto alertaría a cualquier observador.

Sintiendo que estaba abusando de su buena suerte, con su mano sana, Arthur extrajo de uno de los bolsillos de su camisa un pequeño silbato. Lo llevó a su boca, inhaló con fuerza preparándose para pitarlo, una vez que el sonido emanara del instrumento, no habría vuelta atrás.

Un escalofrío se adhirió a su espalda, por un instante su mente se nubló de imágenes de fuego, humo, gritos y sangre.

El aire salió expulsado de sus pulmones, atravesando la cavidad de metal del silbato, provocando un silbido agudo que fue audible desde la nave holandesa. Sin que el silbido terminase, en las cubiertas inferiores todos los marineros desprendieron el cordel que mantenía las troneras cerradas. Con un golpe seco, las trampillas de cada ventanilla cedieron y golpearon el lateral del barco. Una serie de gruñidos y quejidos se oyeron cuando los marineros tiraron de las correas que empujaban los cañones hacia afuera. Las bocas de las culebrinas florecieron de las troneras, y El Retiro se estremeció cuando el primer cañón abrió fuego.

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