Lee la historia completa desde el Fragmento N°1
Al adentrarse en el túnel, los ruidos del exterior parecieron desaparecer. Según avanzaba por el corredor, Hicks se percató que se tornaba más difuso el cañoneo de las naves en la bahía. En contraposición, cada vez escuchaba con mayor claridad la batalla que se sucedía al otro extremo del corredor, temiendo lo peor, aceleró.
En su mente hizo cálculos: “Ellos son tres, aún con suerte y solo enfrentándose a una fracción de la guarnición, el capitán, Umbukeli y Favre no podrían sostener la lucha por mucho tiempo…” Su respiración se aceleró, en plena oscuridad aumentó aún más el ritmo, por lo cual su cuerpo comenzó a rozar con la roca que emergía de ambos laterales según el pasadizo se hacía cada vez más estrecho. Una saliente dio de lleno en la pierna y lo obligó a detenerse en seco, sudando copiosamente se tomó la pierna golpeada y se inclinó para observarla en la penumbra. No llevaba ninguna candela ni su mecha encendida, prefería la oscuridad antes que ser visible.
Mientras examinaba su herida, una leve brisa atravesó el corredor, proveniente del extremo del pasadizo. Si bien era sutil, Hicks pudo olfatear un dejo de azufre, humo y pólvora.
Se irguió rápidamente y comenzó a correr, sin importarle ya los golpes, aceleró lo más que pudo en el angosto túnel. Fue impactado por alguna roca que se emergía de las paredes, rozó con sus extremidades la piedra áspera y humedecida, provocándole raspones y moretones, pero no se detuvo. Cubrió todo el trecho hasta donde el túnel terminaba, y logró visualizar el mecanismo que abría la entrada. Se detuvo un instante a oír con detenimiento los ruidos que provenían del lado opuesto
Sintió escalofríos, escuchó detonaciones de armas de fuego, gritos, y el sonido de aceros estrellándose entre sí.
Tomó el pedernal y encendió las mechas de las dos pistolas que llevaba en su cintura, las volvió a colgar sobre su funda ya encendidas, y con su espada cortó el contrapeso del pasadizo.
Lentamente el bebedero comenzó a deslizarse, y el aroma a azufre y pólvora quemada lo rodeó por completo, abrazándolo en una nube perfumada de muerte y sufrimiento.