Fragmento N°165

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El proyectil pasó a toda velocidad atravesando el cordaje entre el velamen sin impactar en ninguna de las velas, luego tocó agua un centenar de pies por detrás de El Retiro. Cuando la segunda andanada culminó, Arthur quedó observando la estructura del Mercurio, buscando deterioros significativos en su casco y aparejos, al disiparse la humareda notó que ya era apreciable algo de daño superficial sobre la delicada silueta del galeón.

Los finos detalles del mascarón de proa habían sido destrozados por algunos proyectiles, pero el daño más visible se encontraba en la popa, cercano a la media andana, donde varias ventanas se encontraban destrozadas. Arthur Digby tenía la esperanza de poder generar el suficiente destrozo en su rival antes de que este estuviese listo para devolverle el fuego.

Algo desanimado, dijo:—¡No le estamos generando daños severos!— Elizabeth respondió:—No es estructural, debemos darle justo por encima de la línea de flotación para provocarle un golpe crítico.— Arthur sabía que Elizabeth tenía toda la razón, pero para ello necesitaban acercarse y cargar los cañones de mayor calibre, y era algo que él esperaba no tener que hacer, ya que implicaría colocarse a tiro de todas las baterías de los holandeses.

Un cañón del Mercurio abrió fuego, seguido de otro y luego otro. En primer lugar Arthur pudo ver como cada tronera escupía una bocanada de humo, decorando los cañones como pétalos que adornan el tallo de una bella flor. Luego el sonido llegó hasta sus oídos y puedo escuchar con claridad el retumbar de cada explosión. Un instante después, el impactó llegó.

La silueta más pequeña de El Retiro generó que varios disparos pasasen por sobre sus cabezas, atravesando las velas sin generar daños mayores, pero algunos proyectiles dieron sobre el flanco de la nave, impactando a la altura de la barandilla y la cubierta superior.

Un proyectil cercano destrozó una sección entera de la barandilla, generando una nube de astillas y trozos de madera. Arthur elevó la mano sana para cubrirse el rostro, por lo cual no pudo ver de dónde provenían los gritos cercanos que ahora oía.

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