Fragmento N°168

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Al adentrarse en las cubiertas inferiores, el olor a almizcle sulfuroso de la pólvora quemándose invadió todos sus sentidos. Una suave cortina de humo cubría el pasillo que conducía a las troneras, fina e imperceptible, pero cargada del aroma a fuego y acero. Al estar dentro de las inmensidades de El Retiro, Elizabeth pudo oír con claridad a los marinos que luchaban por alimentar cada una de las culebrinas, giró en la primera mampara e ingresó en la galería de tiro de estribor.

El fuego holandés había impactado en numerosos puntos a lo largo de toda la cubierta, astillando el forro interior de la nave, generando protuberancias irregulares donde los proyectiles no habían logrado penetrar. Al adentrarse algunos pasos en la galería, ella pudo observar que algunos disparos habían conseguido perforar el forro externo e interno, causando daños severos y alojándose en los pilotes que se encontraban detrás de los cañones.

Cada cuadrilla yacía compenetrada en el proceso de alimentar la batería dejándola lista para el próximo disparo. Smith estaba asignado en el cañón más cercano y Elizabeth se dirigió hacia él.

En su camino, pudo percatarse de algo que hasta entonces había pasado desapercibido para ella. Un marinero había sido alcanzado por un proyectil que había logrado penetrar el casco, el disparo logró atinarle a la altura del muslo, cercano a su cintura, lo poco que quedaba del sujeto había sido eyectado hacia atrás hasta dar sobre el pilón central. Cada cuadrilla se encontraba en el proceso de recarga, no podían darse el privilegio de llorar a su amigo caído.

Luego de haber estado en decenas de batallas y ver a los hombres de su padre en acción, pudo olfatear el miedo, camuflándose entre el aroma a pólvora, emanando lentamente, invadiendo las almas de cada marinero. Sabía los peligros del miedo durante una batalla, del precio que se paga por no detenerlo a tiempo, de como se esparce rápidamente entre los soldados, como un caudal incontenible.

Al llegar junto a Smith, este giró para verla, incrédulo, sin comprender porque su rostro parecía sereno sin ningún rastro de temor.

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