Lee la historia completa desde el Fragmento N°1
El vigía grito desde lo alto:—¡Bote a la vista en la bahía!—
El oficial al mando de El Mercurio era un joven y correcto marino de apellido Jameson, miembro de una acomodada familia aristócrata de Amsterdam. En ausencia del Vicealmirante Hein, había asumido el mando hasta en tanto regresara el holandés. Ahora se encontraba en el alcázar dirigiendo el alboroto, controlando el caos que se había desatado luego del repentino ataque.
Al iniciarse el asalto, fueron tomados por completa sorpresa, lo cual les había costado algunas bajas y la pérdida del bauprés con la respectiva vela de cebadera. Con el correr de los minutos la tripulación pudo sobreponerse y ahora se disponían a tomar la ofensiva. Los atacantes estaban dándose a la fuga luego de asestarles un par de andanadas. El oficial recorrió con su catalejo la figura de la nave que los acosaba, era una embarcación mediana, de finas terminaciones, larga y esbelta. Si no maniobraban rápido se escaparían y los perderían de rango.
Al oír el grito del vigía, el oficial giró y observó a la costa con el lente, a regañadientes dijo:—Ese viejo no ha muerto, sigue con vida.—
Pudo distinguir la silueta de Piet Hein, pero sintió un escalofrío en su espalda al verlo solo, remando por su cuenta en el pequeño bote.
Recogió el catalejo y se dirigió al timonel:—Mantente en posición.—
Con un gesto, el timonel asintió.
El oficial dio algunos pasos y gritó a un cabo que se encontraba sobre la cubierta dirigiendo las maniobras:—Desciendan la escalerilla, el Vicealmirante Hein va a abordar.—
El cabo corrió a toda prisa para desenganchar la escalera de soga y dejarla caer por la borda.
Mientras el bote se aproximaba, el oficial descendió del alcázar y fue hacia la cubierta para posarse protocolarmente frente a la escalerilla a la espera de que la silueta de su superior al mando emergiese. Los segundos transcurrieron y nada ocurría.
Luego de una eternidad, una mano asomó y se aferró a la barandilla. Una figura espeluznante e irreconocible emergió, el oficial enmudeció al ver a Piet Hein, cubierto de cenizas y sangre.