Lee la historia completa desde el Fragmento N°1
Hein avanzó algunos pasos y se dirigió hacia el oficial:—Creo recordar haber dejado una nave ilesa bajo su mando.—
El oficial balbuceó, no podía evitar concentrar su vista en los detalles que rodeaban al Vicealmirante Piet Hein. El cuerpo del holandés estaba cubierto de una fina capa de ceniza, las mangas y el pecho de su camisa se encontraban teñidas de un rojo oscuro, producto de la sangre seca y sucia que había impregnado su cuerpo.
Al no encontrar respuesta, Hein dijo tranquilamente:—Queda relevado, asume sus tareas como oficial nuevamente. Aliste a los hombres, iremos tras esa nave.—
Luego de dar esa orden, el holandés reanudó su marcha y se dirigió al alcázar. Al subir se topó con el timonel que quedó incrédulo al ver la figura dantesca que sus ojos estaban presenciando. Hein dijo:—Manten el curso fijo en su estela, no quisiera ver que perdemos la silueta de esa nave en el horizonte.—
El timonel tragó saliva, y luego afirmó en señal de aprobación.
Asomándose por la barandilla, Piet Hein observó que el oficial Jameson aún se mantenía de pie observándolo, como si sus ojos no dieran crédito de lo que estaba viendo. Hein alzando la voz indicó:—¡Si mal no recuerdo he dado una orden.—
El joven marino rompió su trance y apresuradamente se dirigió al pie del alcanzar, alzando su vista dijo:—Como usted diga Señor.—
Luego Jameson giró y comenzó a dar indicaciones:—¡Ya oyeron, en marcha, demosle caza a esos malditos!—
Súbitamente todos los tripulantes volvieron al ajetreo, y la cubierta se cubrió del movimiento propio de un galeón que se alista para la batalla.
Dos grumetes comenzaron a cortar con sus hachas los trozos de la vela de cebadera que aún pendían de la proa. Uno de los marinos cortó el ultimo cabo que mantenía los restos unidos a la nave y con un latigazo El Mercurio tomó envión repentinamente al desprenderse de su lastre.
Piet Hein posó sus manos en la baranda, y mantuvo su vista en el horizonte. La nave de El Celta se mantenía lejana, pero en su mente sabía que no importaba la distancia, perseguiría a ese sujeto hasta las puertas del infierno.