Lee la historia completa desde el Fragmento N°1
Greg se acercó al grupo, al percibir su aproximación, Arthur se abrió para evitar darle la espalda.
Los cuatro quedaron de pie formando un semi círculo, observando el pilón de la mesana. El primero en hablar fue Greg:—Luce mal.—
Con un suave movimiento Gregor posó la palma de su mano sobre la madera del pilón y siguió la huella de una fisura hasta que esta se perdía en lo alto del techo de la galería de tiro.
Arthur interrumpió la inspección de Greg:—Hace una hora no estaba así capitán.—
Gregor quedó pensativo un instante, luego en voz alta reflexionó:—Necesitamos el velamen de la mesana, sino perderemos la capacidad de mantenernos a raya de los holandeses.—
Hizo una breve pausa mientras observaba las baterías dispuestas en sus troneras. Detuvo su mirada en el boquete que había abierto el disparo que golpeó el pilón, continuó:—Pero cada bocanada de preciado viento que infla nuestras velas hace crujir hasta los cimientos este palo.—
Favre carraspeó, luego intervino:—Si este mástil cede y se fragmenta en mil pedazos seremos presa fácil. No solo perderemos velocidad, sino que además tendremos nuestros propios escombros esparcidos por toda la cubierta, disminuyendo nuestra capacidad de maniobra.—
Greg asintió, luego dijo:—Si el mástil cae, no será una batalla, será una carnicería.—
Gregor comenzó a calcular las posibilidades que tenían y hasta donde podía someter a su nave, el preciado legado de su padre. Pero también era consciente que desde hacía semanas su tripulación se encontraba al límite, hostigados constantemente, al borde del abismo todo el tiempo. Finalmente dijo:—No tenemos muchas opciones, y en todos los caminos lo más probable parece ser un enfrentamiento desigual con ese galeón.—
Se dirigió a Arthur:—Quiero a todos listos para luchar, las troneras cargadas, y las armas de abordaje en la cubierta.—
Arthur asintió, luego consultó:—¿Y la mesana señor?¿Qué debemos hacer?— Greg posó una mano suavemente sobre el palo y dijo:—Vamos a exigir a nuestra vieja amiga, y roguemos que resista nuestro azote.—