Lee El Llamado del Ocaso desde el Fragmento N°1
En cuanto la explosión alcanzó la nave holandesa, los marineros que se encontraban en la galería de tiro de El Retiro vitorearon, maldiciendo a Hein y a sus hombres. Elizabeth se mantuvo en silencio, era consiente que estaban a la deriva, a merced de la corriente y del viento, sin timón. A su lado, Smith también festejó el daño ocasionado sobre El Mercurio mientras toda su cuadrilla festejaba exaltada.⠀
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En cuanto la cortina de agua se disipó dejando ver los restos humeantes de la nave holandesa, todas las baterías volvieron a concentrarse en su trabajo. Restaba una última descarga de todos los cañones, que bien podría terminar de hundir la nave de Hein o al menos equilibrar aún más la balanza entre ambas fuerzas. La proa de El Mercurio avanzaba corcoveando erráticamente al perder estabilidad por el agua que ingresaba en su interior. ⠀
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Elizabeth agachó su cabeza y observó por sobre la silueta del cañón hacia los restos desfigurados de la nave de su padre. Su mirada recorrió el largo completo del arma, comenzando en el oído aún humeante, para luego observar el largo tubo de hierro y sus toscas costuras. Al llegar a la boca de la culebrina pudo observar la silueta de El Mercurio, bamboleándose inofensivamente bajo el alcance de todas las troneras de El Retiro.⠀
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Al observar la nave tan cerca, un gesto involuntario hizo que llevase su mano derecha hacia su cabeza y tocase el prendedor oculto en su cabello enmarañado. Al rozar el pequeño objeto, sus sentidos se nublaron y todos los sonidos de la batalla que transcurría a su alrededor se convirtieron en un eco lejano e impreciso. ⠀
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La voz de Smith hizo que recuperase parte de su atención: —Srta Hein…—⠀
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Ella giró su cabeza y observó al joven. No lograba oír con claridad sus palabras:—Srta Hein…—⠀
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Smith colocó una mano sobre su hombro y sus sentidos resurgieron:—Srta Hein, ¿se encuentra bien?—⠀
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Ella asintió levemente, y mirándolo fijamente dijo:—¡Fuego!—⠀
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Smith observó su rostro, notó algo diferente en su mirada pero no logró vislumbrar de qué se trataba, luego alzó su voz diciendo:—¡Última descarga señores! ¡que valga la pena! ¡fuego!—⠀
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Una tras otra todas las troneras lanzaron fuego sobre la nave holandesa, penetrando por el casco abierto y maltrecho de la nave de Hein. Elizabeth observó un instante el oído del cañón, y dudó un segundo en dejar caer el punzón. Finalmente reaccionó al oír las demás detonaciones y su batería fue la última en disparar. Al realizar una descarga completa, todos los marineros abandonaron rápidamente sus posiciones y se prepararon para subir a la cubierta principal y defenderla del abordaje que se aproximaba.⠀
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Uno tras otros los marineros tomaron cuchillos, alfanjes, picas y pistolas, para luego abandonar la galería y ascender a a cubierta. Elizabeth volvió a tocar su cabello para rozar el prendedor, pero la figura de Umbukeli hizo que extendiese el movimiento y simulara acomodar su cabello. El somalí extendió su mano y ofreció a Elizabeth dos pistolas, ella sonrió tímidamente y tomó ambas armas para luego cruzarlas sobre su cintura bajo su camisa. En cuanto Elizabeth resguardó las pistolas, el somalí le ofreció un sable de curvatura sutil.⠀
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Ella tomó el arma de la empuñadura y experimentó con su peso y terminaciones. Si bien destacaba más por el dominio de las armas de fuego, esto no quería decir que fuese una mala contrincante de esgrima, aunque su contextura pequeña solía ser una debilidad en el combate de espadas.⠀
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Un golpe sacudió toda la nave y ella se percató que era el impacto de los restos de El Mercurio que habían colisionado con ellos. Los hombres que restaban tomaron cada cual un arma diferente y subieron a toda velocidad hacia la cubierta. ⠀
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Elizabeth volvió a tocar su cabello, luego de percibir la textura del prendedor entre su pelo, dio un paso hacia adelante, luego otro y otro hasta que repentinamente estaba subiendo a toda velocidad las escalinatas hacía la batalla que se libraba en la cubierta principal