Fragmento N°297

El Llamado del Ocaso

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Una vez que la tormenta se disipó, lentamente el campamento fue recobrando el ritmo habitual. En un principio, durante varios días se generaron lluvias intermitentes que mantenían todo constantemente húmedo. El calor tropical se combinaba con la humedad y provocaba un clima asfixiante que hacía difícil cualquier labor. 

Las lluvias ocasionales se mantuvieron por varios días hasta que el clima mejoró notoriamente  y permitió a todos volver a la normalidad.

Favre aprovechó las mejores condiciones climáticas para retomar las reparaciones de la nave. Estaban retrasados unas tres semanas en sus planes, y trató de acelerar las tareas en la medida de lo posible.

En paralelo, también emprendieron nuevamente las incursiones de recolección de alimentos y pesca. Los días que estuvieron imposibilitados por la tormenta, los había obligado a consumir rápidamente las provisiones acumuladas.

Esta vez, Elizabeth insistió en que Mnyma pudiera acompañarlos en algunas de las jornadas de pesca. Edahi aceptó, ya que ella se comprometió a cuidar del niño mientras los demás cumplían con sus quehaceres.

Una vez que Mnyma se incorporó a una de las expediciones, fue imposible negarle su participación en las demás excursiones. Al poco tiempo se convirtió en un  miembro más del grupo y demostró gran habilidad para la captura de peces.

Finalmente, luego de casi dos meses, comenzaron a disponerse los preparativos para abandonar el campamento y volver a abordar El Retiro.

La demora había sido considerable respecto al plan inicial, pero en vez de lamentarse, todos se alegraban por abandonar aquella playa y volver a navegar.

La mañana en la que partirían, varios hombres comenzaron a desmantelar las tiendas para subir abordo los diferentes muebles y elementos que habían dado vida al campamento durante esas largas semanas.

Antes de partir, esa misma mañana, Elizabeth visitó el claro donde se encontraba la tumba de Gregor y de su padre, Hein Piet.

Favre aguardó en la costa con el último bote, junto a Arthur, Umbukeli y dos marineros más. El galo conversaba animadamente con los demás mientras aguardaba el regreso de Elizabeth.

Al mirar hacía el bosque que se extendía más allá de la costa, pudo verla aparecer entre los arbustos.

—Allí viene, en marcha muchachos.— dijo el galo, indicándole a los hombres para que se alistaran.

Al acercarse, Favre tendió su mano para ayudarla a subir.

Sin emitir sonido alguno, ella tomó su brazo y saltó hacia el interior del bote.  Antoine comenzó a empujar la embarcación para que se adentrara en el mar y también saltó para incorporarse.

Una vez sentado en la popa, la observó con curiosidad:—¿Se encuentra bien Srta Hein?— dijo con curiosidad.

Ella respondió con calma:—Si, solo que es extraño abandonar este lugar….—

Favre sonrió:—Hay mucho de nosotros que queda aquí, y si, puede ser que lo estamos abandonando en este momento.—

Ambos se miraron mientras el viento soplaba con fuerza, y alguna gota ocasional caía sobre ellos, desprendida del chapoteo de los remos.

—Pero por otro lado.—continuó Antoine,—también mucho de lo que hemos vivido estos últimos meses, viaja con nosotros, y eso estará con nosotros a donde sea que vayamos.—

Elizabeth dibujó una sonrisa en su rostro, y si no hubiese sido por el agua de mar que salpicaba su cara, podría haberse visto claramente una lágrima surcando su mejilla.

Una vez que el bote arribó al encuentro con El Retiro, subieron a bordo y colocaron rumbo hacia el nornoreste.

A partir de allí el viaje fue calmo, no atravesaron climas desafiantes pero la temperatura fue descendiendo rápidamente a medida que se alejaban del Caribe.

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