Fragmento N°30

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Mientras la tripulación desembarcaba, internándose en la jungla en búsqueda de madera y víveres, Favre se había posicionado con la nave en la bahía. Mientras durara la travesía, debía coordinar los arreglos a El Retiro, la nave había sufrido algunas averías leves que debían ser reparadas antes de emprender el viaje a África.

Favre tenía el listado detallado de las reparaciones que debían efectuar. El agua calma de la bahía era ideal para los trabajos, permitía que los aparejos pudiesen ser manipulados sin el vaivén del mar a abierto.

Se encontraban trabajando sobre la vela de cebadera, la cual había sido rasgada durante el último vendaval que habían atravesado. El viento la había embolsado, soltando cabos y generando una fisura sobre el bauprés.

Debían cambiar el palo entero y adosar la vela remedada.

Favre guiaba las tareas desde el castillo, con sus brazos extendidos dando indicaciones.

Ocasionalmente, cuando alguien cometía algún error, este arrojaba insultos en lengua nativa, como ningún marino sabía francés, todos no hacían más que reírse.

Sobre las andanas, un puñado de hombres pendía de la cubierta, se habían amarrado para columpiarse sobre el lateral del barco, tallando y pintando la madera donde esta había sido alcanzada por un proyectil. Querían pasar desapercibidos.

En el momento que escucharon los disparos de la costa, un marinero colgado de una de las gavias enunció: —Disparos en la costa! —

El galo, corrió a la borda, sacó su catalejo y observó el sombrío panorama. Enceguecido por el sol, vio la matanza que se estaba gestando en la playa, distinguió numerosos cuerpos sin vida, y un grupo de marineros que se atrincheraban alrededor de los botes. Reconoció inmediatamente la figura negra de Umbukeli y el cuerpo de la Srta Hein, en el fragor de la lucha, pero no distinguió a Greg.

Ordenó: —¡Quiero la batería de estribor operativa en treinta segundos! —

Revisó las pistolas en su cintura, mientras complementaba: —¡Dejen las reparaciones, tomen sus armas, el capitán nos necesita en la costa! — Y cruzo los dedos rogando que estuvieran a tiempo.

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