Fragmento N°303

El Filo del Tiempo

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Al oír la voz del médico, Elizabeth percibió una pizca de preocupación en sus palabras.

—¿Qué ocurre?— preguntó ella asustada.

Mientras Fausto continuaba su labor, no estaba al alcance de su vista, ya que habían extendido su falda para que no pudiese ver las diferentes tareas que realizaba durante el parto.

Aún con tono cauteloso, Fausto dijo:—Srta Hein,  ¿su familia tiene antecedentes de mellizos?—

Con la niña en sus brazos, ella intentó responder, pero las palabras se atoraron en su boca:—No… no lo sé, tal vez, o al menos no recuerdo.—

—Antoine, creo que deberás volver a tomar a la niña, parece que la Srta Hein tiene aún más trabajo por delante.— continuó Fausto.

Alzando nuevamente a la niña, el galo consultó:—¿Quieres decir que..?—

Mientras asentía, el doctor Leblanc dijo:—Así es, al parecer son mellizos, y el segundo esta teniendo algunas dificultades, no es grave, pero necesito que se enfoque nuevamente Srta Hein.—

Arthur, que se encontraba atónito, tomó la mano de Elizabeth con fuerza diciendo:—Estamos aquí para ayudarla, solo un pequeño esfuerzo más.—

A pesar de que su rostro aún se encontraba impregnado de sudor, con su cabello enmarañado y parte de su blusa había sido manchada con sangre de la niña recién nacida. En silencio, Elizabeth se recostó nuevamente en su posición de parto.

Mientras se reclinaba sobre la litera, trató de no prestar atención al agotamiento que estaba sintiendo, al dolor punzante que atravesaba todo su cuerpo, ni a las numerosas manchas carmesí que recorrían las sabanas y su vestimenta.

Afirmó con su cabeza para indicar que estaba lista para continuar.

—Será breve,  solo un último esfuerzo.— reiteró Arthur.

Favre se encontraba unos pasos al costado, mecía lentamente a la niña para calmarla. La pequeña criatura había percibido que no se encontraba en brazos de su madre, y comenzaba a fastidiarse, parecía inminente que en cualquier momento lloraría.

Fausto interrumpió indicando:—Inhale profundamente, y puje, ¡Ahora! —

Con una mano, Elizabeth se aferró a Arthur y con la otra tomó con fuerza las sábanas. Intentó controlarse, pero no pudo evitar gritar, producto del esfuerzo y el dolor que estaban invadiendo todo su cuerpo.

Al escuchar los gemidos de su madre, la niña en brazos de Favre comenzó a llorar. A pesar de los intentos del galo, la atmósfera de tensión afectaba a todos en el cuarto, y era imposible tranquilizar a la pequeña.

Alzando la voz para hacerse oír, Fausto dijo:—Puedo verlo, ¡un poco más, solo un poco más!—

Realizando su máximo esfuerzo, ella volvió a tomar aire y pujó con todas sus fuerzas. Sola, sin necesidad de que Fausto se lo indicara, logró percibir que el cuerpo del bebé era liberado de su interior, y relajó todo su cuerpo, entregándose al agotamiento.

Fausto recogió al pequeño, y mientras lo envolvía en una sábana limpia dijo:—¡Es un niño! un pequeño bribón que nos ha traído problemas, pero es un hermoso y saludable niño al fin.— 

Se aproximó a ella y arrodillándose a su lado le entregó lentamente el capullo de sábanas en el cual se encontraba el pequeño. Al oír el llanto  de su hermana, el niño también comenzó a llorar.

—Sugiero que alimente a ambos pronto, es una manera de afianzar el vínculo.— dijo el médico.

Al oír esas palabras, Favre se percató que la niña seguía en sus manos. Se encontraba tan absorto en el niño, que el llanto de la pequeña en sus brazos no lo inquietaba.

Atrhur acomodó otro almohadón para que Elizabeth pudiese sentarse sin recostarse completamente en la litera, mientras el galo le entregaba a la niña.

Colocando uno a cada lado,  ella comenzó a amamantarlos mientras Fausto decía:—Solo me tomaré unos minutos para revisar que todo haya quedado en orden Srta Hein, espero no le moleste.—

Ella no se inmutó ante las palabras, se encontraba anonadada por la vida que acababa de emerger de su interior, y por la escena que se encontraba ante sus ojos.

Fausto comenzó a hacer su trabajo bajo su falda, limpiando y examinando la zona por la cual habían emergido los mellizos.

Luego de unos segundos, surgió de entre las faldas de ella diciendo:—Antoine, ven un instante por favor.—

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