Fragmento N°304

El Filo del Tiempo

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Preocupado, Favre se aproximó y dijo:—¿Qué ocurre?—

Tratando de sonar calmado, Fausto respondió:—Ha perdido mucha sangre, debo actuar rápidamente para detener la hemorragia y evitar que la zona se infecte.—

Logrando oír la conversación, Elizabeth intervino:— ¿Es grave?— su voz sonó quebrada, pero la tensión en sus palabras podía percibirse a través del llanto de ambos niños.

El galo observó las manos de Fausto mientras este trabajaba y luego miró a los ojos a Elizabeth sin decir una palabra. Antes de que pudiese reaccionar, Fausto ordenó:—Antoine, necesito más vendaje limpio y agua caliente.—

Girando, Favre se dirigió a toda velocidad hacia la mesa que se encontraba a pocos pasos. Tomando un balde y varios rollos de tela, regresó al pie de la litera junto a Fausto.

Mientras Elizabeth sostenía en sus brazos con ayuda de Arthur a ambos niños, intentó erguirse para ver que era lo que estaba ocurriendo, pero su cuerpo no respondió.

Arthur comenzó a hablarle para tranquilizarla pero sus palabras se perdían, sonaban lejanas y difusas a pesar de que él se encontraba a su lado. Torció su cuello para observarlo, pero la imagen de Arthur era borrosa ante sus ojos, y a pesar de que sus labios se movían efusivamente, no lograba percibir sonido alguno.

Levemente su cabeza se ladeó y quedó recostada sobre su hombro, mientras continuaba oyendo el llanto de ambos niños sobre su pecho. Al cerrar sus ojos, Elizabeth perdió la conciencia, pero aún así jamás soltó a ambos recién nacidos.


El fuego de la cocina fue elevando la temperatura de la habitación poco a poco, luego de varios minutos el calor logró invadir por completo el cuarto y comenzó a entibiar su piel, reanimándola paulatinamente.

Al abrir sus ojos, Elizabeth intentó acostumbrar su vista. Las lámparas encendidas le permitieron percatarse que ya era de noche, y alarmada comenzó a recorrer con su vista la habitación en busca de los mellizos.

Una silla desvencijada había sido colocada junto a su litera, sobre ella se encontraba Favre. Al ver su postura, ella se percató que se encontraba dormido. Sobre su pecho, el galo sostenía con ambas manos un pequeño ovillo de tela por el cual se asomaba un diminuto brazo.

Junto al Antoine, se había dispuesto una pequeña mesa que contenía una cuna improvisada.

Ella intentó levantarse, pero una punzada profunda atravesó su cintura y emitió un leve gemido de dolor.

Favre se despertó sobrecogido pero era consciente que uno de los mellizos se encontraba sobre su pecho y trató de no moverse bruscamente. En voz baja dijo:—Sugiero que no se mueva demasiado Srta Hein, Fausto tuvo una ardua tarea conteniendo la hemorragia, cualquier movimiento brusco podría abrir la herida.—

Ella intentó levantarse de todos modos pero el galo se anticipó irguiéndose mientras continuaba:—Se encuentran bien, aunque debo admitir que el niño ha consumido mucha más de mi energía que la niña.—

Favre se acercó lentamente meciendo al niño, al llegar a su lado se arrodilló y lo extendió para que ella lo tomara.

Elizabeth abrazó el bulto de telas que contenía al pequeño mientras preguntaba;—¿Qué ocurrió?—

Antoine bostezó mientras respondía:—Al parecer perdió demasiada sangre durante el parto, sumado al esfuerzo, sufrió un desmayo. Por suerte al estar completamente inmovilizada e inconsciente, Fausto pudo trabajar rápidamente.—

Mientras él la observaba, continuó:—Creo que la niña llegó a alimentarse bien, y el pequeño apenas logró estar unos minutos sobre usted. En cuanto perdió el conocimiento intenté dormir a ambos sin mucho éxito.—

Apenas el pequeño se acomodó sobre su pecho ella comenzó a amamantarlo. Haciendo un ruido sobrenatural, el niño se alimentaba mientras una sonrisa se dibujaba sobre el rostro de ella.

Favre se aproximó hasta la mesa y recogió a la niña. Nuevamente se acercó hasta la litera y se agachó para que ella también pudiera recoger a la pequeña.

Al tener a ambos mellizos sobre su pecho, ella no pudo evitar percatarse que la niña era algo mayor de tamaño que su hermano.

Como si estuviera leyendo su mente, el galo comentó:—La niña es un tanto mayor, tal vez el pequeño hambriento deberá crecer bajo las órdenes de su hermana mayor.— mientras sonreía.

Elizabeth dijo asintió sonriendo mientras en voz alta decía:—Aún no sé qué nombre les daré.—

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