Te encuentras leyendo la segunda parte de El Llamado del Ocaso, titulada: El Filo del Tiempo
Lee El Llamado del Ocaso desde el Fragmento N°1⠀
Durante esa primera noche, la niña durmió plácidamente, aunque ocasionalmente se despertaba cada dos horas, pero Elizabeth la alimentaba con frecuencia y en un santiamén volvía a dormir.
En cuanto al niño, su temperamento era muy diferente al de Victoria, dormía de manera intermitente, y a pesar de que ella lo amamantaba, solía llorar en cada ocasión. Por fortuna no generaba el suficiente alboroto para despertar a su hermana, pero a mitad de la noche los ruidos de Edward fueron lo suficientemente altos como para que Favre se despertara.
Sacudiéndose en su silla, casi cae al suelo al sentir que perdía el equilibrio mientras se despertaba. Con su rostro castigado por el cansancio, Favre dijo en voz suave:—Voy a retirarme para reponer fuerzas, le diré a Arthur o alguno de los muchachos que regrese para que este aquí disponible.—
En cuanto el galo se retiró, ella se percató que ambos mellizos se encontraban dormidos, y al no tener que atender sus necesidades, el cansancio en su cuerpo afloró y se quedó dormida profundamente con ambos niños sobre su pecho.
Dos horas más tarde, los movimientos de Edward la despertaron. Al abrir sus ojos una figura que se encontraba sobre ella retrocedió abruptamente.
—Disculpe Srta Hein, no quise despertar al niño, pero quería observarlo más de cerca.— dijo Mnyma.
Elizabeth demoró algunos segundos en acostumbrar sus sentidos. El sol tenue se filtraba por la ventana, estaba amaneciendo. Mnyma yacía de pie junto a la litera observándola con sus ojos abiertos de par en par, maravillándose mientras miraba a ambos niños sobre el cuerpo de ella.
Elizabeth respondió:—No te preocupes Mnyma, ¿qué hora es?—
El niño respondió:—Acaba de amanecer, Fausto me ha pedido que le informara cuando usted despertara. Quiere revisarla y también a los niños.—
Elizabeth bostezó mientras levantaba sutilmente las sábanas para observar el rostro de Victoria y Edward.
Mnyma comentó:—También me encomendaron servirle el desayuno.—
Ella sonrió diciendo:— Los niños y yo te lo agradeceremos.—
Mnyma giró para retirarse pero al hacer algunos pasos se detuvo y dijo:—Srta Hein, ¿puedo pedirle un favor?—
Ella dijo extrañada:—Sí, claro, ¿de qué se trata?—
—¿Puedo cargarlos cuando regrese?, me recuerdan a mis hermanos, no los veo desde que me separaron de mi familia cuando fui capturado.— dijo Mnyma.
Ella contuvo el dolor que se gestaba en su interior diciendo:—Podrás cargarlo el tiempo que gustes, ahora son tus hermanos también.—
El joven sonrió y continuó su recorrido, saliendo de la habitación.
Ella quedó pensativa, sabía por las historias que había oído, que los bebés capturados por los esclavistas eran arrojados al mar o asesinados, ya que no tenían valor comercial para sus captores. Tal vez Mnyma nunca hubiera oído esa historia, o tal vez había elegido no creerla.
***
Durante casi un mes Roos, Lievin y Gijs deambularon alrededor de Jamestown en busca de una nave que los pudiera enviar a Europa o Nueva Ámsterdam. Los tres marineros holandeses, luego de abandonar la tripulación de El Retiro, buscaron intensamente en los embarcaderos y almacenes sin mucho éxito.
Mientras las semanas avanzaban, poco a poco se iban gastando el dinero que Elizabeth les había entregado al despedirlos.
Una tarde lúgubre y nublada, los tres sujetos tomaban un trago en la taberna cercana al amarradero. Solían deambular en el muelle, a la espera de que algún mercader o comerciante les informara sobre una nave que se dirigiera hacia el norte.
Mientras Roos Vermeulen contaba las monedas que les quedaban, Lievin dijo:—Tal vez podamos hacer algún trabajo que nos permita aguardar por más tiempo en este maldito lugar.—
Pensativo, Gijs comentó:—Algunas carretas se internan tierra adentro para comerciar con los nativos, no van muy protegidas. Podríamos emboscar a alguna y vender el botín.—
Mientras observaba las pocas monedas que les quedaban, Roos dijo:—Y nunca podríamos volver a la ciudad si hiciéramos eso. Y el siguiente puerto se encuentra a semanas de distancia a pie, sin contar que deberíamos atravesar tierras atestadas de nativos salvajes.—
Ofuscado, Roos observó al horizonte, por el canal una diminuta silueta se formaba a lo lejos, una nueva embarcación se estaba aproximando a la ciudad.