Te encuentras leyendo la segunda parte de El Llamado del Ocaso, titulada: El Filo del Tiempo
Lee El Llamado del Ocaso desde el Fragmento N°1⠀
Sin dubitar un segundo, Hein afirmó de manera rápida y clara:—En tierra, un número muy cercano a cien capitán.—
—¿Y sus defensas?— insistió Van Noort.
Nuevamente, en un tono claro y acelerado, el oficial Hein dijo:—Disponen de varios cañones, llegué a contar doce. Todos apuntando en dirección al mar, presumo que cargados con proyectiles y no con metralla.—
—Esperemos que su presunción sea correcta oficial Hein.— arrojó Van Noort.
—Hay un tema más capitán.— dijo tibiamente el joven oficial.
Con un gesto de su cabeza, Olivier Van Noort le indicó que continuara.
—La nave de los ingleses se encuentra fondeada en la bahía, justo frente al campamento, podría darles cobertura en caso de que la necesitaran. Y en un duelo en igualdad de condiciones contra el Mauritius, presumo que será un hueso duro de roer.—
Asintiendo, el capitán Van Noort afirmó:—Usted mismo lo dijo oficial, en un duelo en igualdad de condiciones. Pero si hay doce cañones en tierra, eso quiere decir que faltan doce cañones sobre la cubierta de esa nave, lo cual inclina la balanza a nuestro favor.—
Mientras la conversación transcurría, la noche cayó sobre ellos. Como si fuera una obra de teatro coordinada hasta el más mínimo detalle, las lanchas del Mauritius llegaron a la playa en cuanto oscureció.
—¿Eso es todo oficial?— insistió Van Noort.
Hein asintió en silencio mientras observaba cómo los hombres que llegaban en silencio, se organizaban en el límite de la jungla donde la espesura evitaba que sean vistos incluso desde dónde ellos estaban.
—Pues bien, la información que nos trae no cambia los planes. Usted coordinará el grupo que se adentrará en la jungla y los atacará por detrás. Yo coordinaré el grupo principal que irá por el frente, los hombres que restan se mantendrán en el Mauritius e intentarán doblegar al galeón inglés, evitando que escapen.—
Durante varios minutos, Van Noort repasó el plan con Hein y los demás oficiales.Había varios detalles cruciales que debían darse para que el plan funcionara, pero a grandes rasgos todos quedaron satisfechos con las probabilidades de éxito.
Mientras el oficial Piet Hein se preparaba para la incursión, en su mente se arremolinaban diferentes ideas. Por un lado, sabía que reinaba cierto aire de optimismo y que eso era bueno para los hombres. Pero en gran medida ese optimismo se debía a que de la nada misma, se habían topado con la oportunidad de obtener una ganancia mínima en el último tramo de la travesía nefasta que habían emprendido.
Para Van Noort especialmente, no había muchas opciones. Al llegar a Rotterdam, con solo una nave sobreviviente de toda la flota que le fue asignada, y sin ningún tipo de mercancías de valor luego de recorrer todo el globo, los acreedores saltarían sobre él en cuanto pusiera un pie sobre tierra. Aunque pudiera afrontar sus deudas de una manera milagrosa, caería en la deshonra absoluta y jamás volvería a ser contratado como marino, y todos los tripulantes del Mauritius correrían la misma suerte. Un detalle no menor, era que a su vez jamás lograría que alguien le prestara dinero nuevamente. Ambas consecuencias combinadas, provocaban que la idea de morir en un intento de piratería contra una tripulación bien armada y descansada, no fuera tan descabellada.
Mientras revisaba su cinturón y constataba que su daga y sable se encontraban bien sujetas, Hein pensó: “En lo que respecta a mi, puedo alegar que obedecía órdenes, tal vez escapar a alguna colonia española si todo eso termina de manera indeseada…”
Un susurró interrumpió sus pensamientos, los hombres a su alrededor intercambiaban palabras en voz baja, hasta que el sujeto que se encontraba a su lado repitió el mensaje:—Una hora.—
Hein observó el cielo, algunas nubes dispersas decoraban el firmamento, la luna era casi imperceptible, apenas una fina rebanada de su figura total. Al inspeccionar la noche a su alrededor asintió: “Sí, casi una hora para la medianoche”.
Antes de erguirse, movió sus pies para sentir el suelo bajo sus botas. Respiró profundamente, y extendió una mano para tomar un puñado de arena. Comenzó a frotar las palmas de sus manos, cubriéndose de una fina capa. Le generaba serenidad ese pequeño ritual, a pesar de que la empuñadura de un sable tiene una superficie rugosa que permite un correcto agarre incluso cuando está mojado o cubierto de sudor o incluso sangre.
—Es hora.— dijo en voz baja.
A su alrededor, veinte siluetas que se encontraban sentadas sobre el suelo se pusieron de pie.
A paso firme, Hein giró y se dirigió a un grumete delgado y pequeño que se encontraba en el extremo más alejado del grupo y dijo:—Enséñanos el camino que rodea el campamento inglés.—
El grumete era de una contextura similar a la de un niño de gran porte, su piel era oscura, pero sin llegar a parecer a la de un nativo africano. Su padre era holandés, pero el color de su piel y los rasgos de su cuerpo provenían de su madre, seguramente una mujer nativa de alguna de las tantas colonias neerlandesas fundadas por la compañía alrededor del globo, tal vez Batavia . Su característica de poseer sangre mixta lo condenaban a la jerarquía más baja en la tripulación, tal vez de por vida.
En un acento extraño, el diminuto sujeto dijo:—Por aquí….en silencio.—