Te encuentras leyendo la segunda parte de El Llamado del Ocaso, titulada: El Filo del Tiempo
Lee El Llamado del Ocaso desde el Fragmento N°1⠀
Comenzaron a moverse, el extraño grumete de rasgos asiáticos iba por delante del grupo. Inmediatamente por detrás, Hein dirigía a la veintena de hombres que conformaban ese frente de ataque.
En silencio, avanzaban por la selva costera. Piet intuyó que estaban caminando cerca del límite entre la selva y la playa, pero lo suficientemente jungla adentro para no ser vistos por quienes deambulaban por la costa. La brisa que se filtraba entre la vegetación y golpeaba su rostro, le permitía estimar que se encontraban a treinta o cuarenta pasos del mar.
Los únicos sonidos que se oían a medida que se acercaban al campamento inglés, era el crujir ocasional de alguna rama rota al ser pisada por un hombre, o el ruido de algún quejido de fatiga o fastidio.
Ante cada sonido, Hein podía notar como el grumete que iba por delante ladeaba su cabeza sutilmente, como intentando detectar el origen de dicho ruido, furioso porque el resto no pudiera mantener su silencio y sigilo. A pesar de la oscuridad, podía ver la luz nocturna filtrarse entre las copas de los árboles y arrojar sombras difusas sobre la espalda del extraño sujeto. No pudo evitar pensar que tenía una manera de moverse y caminar similar a la de un animal astuto, sinuoso y peligroso a la vez.
Lentamente, otro sonido fue emergiendo a medida que avanzaban, este era un sonido humano. Del campamento inglés brotaba un bullicio que llamó la atención de Piet. Hubiera esperado un relativo silencio en vez de tal alboroto. Al aproximarse aún más, se extrañó al no observar ninguna fogata o antorcha, una sobrecogedora oscuridad cubría las inmediaciones del campamento enemigo.
Luego, un frío sobrecogedor cubrió su espalda al percatarse de lo que estaba ocurriendo, habían anticipado sus movimientos y estaban abandonando la playa.
Alarmado, intentó alzar su mano y tomar del hombro al guía oriental, pero un ruido ensordecedor cubrió su alrededor y cegó sus sentidos.
En un instante, el guía estalló en mil pedazos al ser impactado casi de lleno por una lluvia de metralla y esquirlas. Su cuerpo desapareció en una nube espesa de sangre y sesos. A lo largo del borde del campamento, otros cinco cañones barrieron la oscuridad de la jungla acribillando a sus hombres.
La cercanía de los disparos hizo que el cuerpo de Hein se sacudiera y este cayó al suelo aturdido. Al intentar incorporarse, tambaleó y cayó de rodillas nuevamente. Sus ojos no lograban decodificar lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sonidos confusos hacían eco en su mente y por más que intentaba no lograba aclarar su vista.
Con su mano izquierda tocó su rostro, y notó que una película acuosa cubría casi toda su cara. Se alarmó, creyendo que su rostro estaba desfigurado, pero al refregar su cara pudo comenzar a observar con mayor nitidez. No era su sangre. Al estallar en mil pedazos, los restos de guía cubrían su cuerpo de cabeza a pies, pero habían sido el escudo humano que lo salvó de ser alcanzado.
La claridad de sus ojos le devolvió la cordura y comenzó a percatarse que la situación estaba cambiando rápidamente. Ahora distinguía los sonidos de disparos de mosquetes y pistolas en dirección a la playa. Van Noort había tomado contacto con sus hombres, y luchaba en el frente principal de la costa.
Mientras se ponía de pie, Hein gritó:—¡Mauritius, de pie, enseñemosle nuestras espadas a esos malditos!—
Algunas voces se oyeron a su alrededor y una decena de hombres se acercó a Hein de entre los restos y cuerpos de los caídos por la metralla enemiga. Esta vez avanzó rápidamente la distancia que lo separaba de las posiciones inglesas, al emerger de la maleza apreció con mayor detalle el estado de la situación.
Luego de que él abandonara el campamento enemigo por la tarde, los ingleses habían girado parte de sus cañones y los habían desplazado hasta la línea de arbustos detrás de ellos para prevenir un ataque terrestre. Creyendo que la metralla había barrido por completo con ellos y gracias al ataque principal por la costa a cargo de Van Noort, pocos hombres quedaban para custodiar la retaguardia.
El primer enemigo apareció saltando frente a él desde una de las trincheras que rodeaba al cañón más próximo. El sujeto atacó frontalmente y a pesar de la corta distancia Piet pudo bloquear la estocada con su sable, en un movimiento rápido dejó que la inercia del inglés lo hiciera pasar a su lado y luego atravesó toda su espalda con un corte limpio a lo largo de su columna vertebral. El sujeto trastabilló dos pasos y luego cayó pesadamente con su pecho contra el suelo. En el breve instante que duró ese encuentro, varios de sus compañeros holandeses saltaron por sobre los sacos de arena que rodeaban los cañones y se adentraron en el campamento enemigo.
Siguiendo a sus hombres, Piet Hein cruzó las trincheras en busca de otro oponente. Al avanzar, no puedo evitar pensar que tan buen espadachín sería el capitán Edward Francis Gregor.