Te encuentras leyendo la segunda parte de El Llamado del Ocaso, titulada: El Filo del Tiempo
Lee El Llamado del Ocaso (Fragmento 1° al 300°) desde el Fragmento N°1⠀
Cruzado de brazos, el galo observaba hacia la costa nervioso, mientras todos los botes de El Retiro dibujaban un camino invisible sobre el agua, yendo y viniendo desde la playa hasta la embarcación.
No era necesario preguntar cuánto faltaba, ya que a medida que la bodega se iba llenando, podían tener una estimación de cuánto restaba evacuar del campamento. Pero la real preocupación de Antoine no eran las mercancías, al galo le inquietaba la evacuación de los hombres en primer lugar, pero por otro lado también se encontraban los cañones.
Para poder defender el campamento de un ataque desde el mar, casi la mitad de los cañones habían sido desembarcados para atrincherarse alrededor del perímetro de la costa. Lo cual dejaba a El Retiro en condiciones vulnerables, no solo por haber perdido la mitad del poder de fuego. Al tener que cargar las mercancías que llegaban de la playa, debían permanecer en una posición fija, y en caso de ser sorprendidos por otra nave, comenzarían a maniobrar con lentitud hasta que lograran estar en pleno movimiento.
Todo esto hacía que Favre odiara la situación en la que se encontraban.
Debajo de ellos, en las cubiertas inferiores, se oía el ruido de los hombres manipulando los pertrechos, estibándolos en sus posiciones en la bodega cuidadosamente para balancear el peso total de la nave.
Súbitamente el silbido llegó a él desde la cofa en lo alto del palo mayor, el vigía había dado la señal de alerta. Para el galo fue obvio, no necesitó observar hacia arriba para comprender de dónde se avecinaba el peligro. Giró sin levantar la vista hacia el centinela que había dado la alarma, y miró directamente hacia el extremo opuesto de la bahía.
A pesar de la oscuridad, la silueta del Mauritius se podía divisar claramente. La nave holandesa se desprendía de la costa, adentrándose en la parte más profunda de la bahía, donde podría maniobrar con mayor facilidad.
A sus espaldas una voz interrumpió el trance:—Debo enviar a los hombres a los cañones, eso reducirá drásticamente la velocidad a la cual acomodamos la carga—
Favre giró para mirar al oficial. Nock era uno de los tripulantes más antiguos de El Retiro, conocía a Edward casi tanto como se conocía a sí mismo. Era robusto, de hombros anchos y estatura un poco por debajo del promedio. Su pelo comenzaba a tener mechones platinados, que develeban sutilmente su edad.
El galo respondió a Nock:—Si no resistimos la lucha aquí en la bahía, poco importa la carga, y quienes están en la playa estarán condenados.—
El galo volvió a girar para observar a la nave holandesa que ahora viraba sutilmente para dirigirse hacia ellos. Liam Nock dio un paso adelante y se puso junto a Favre, ambos permanecieron algunos segundos en silencio hasta que un ruido los interrumpió.
Una detonación se oyó desde la playa, esta vez Antoine alzó su vista hacia el palo mayor y gritó:—¡¿De dónde proviene esa explosión?! —
La respuesta del vigía llegó apenas audible pero clara, mientras señalaba a la costa:—¡Los cañones en el límite del campamento!¡Hay hombres saliendo de la jungla!—
Favre comenzó a balbucear maldiciones en francés mientras a pasos acelerados se dirigía hacia el alcázar. Subiendo la escalinata para tomar su posición junto al timonel, ordenó a Nock:—Al diablo la carga, que los botes regresen a la playa y vuelvan con los hombres, no podremos contener a esos malditos durante mucho tiempo.—
Nock asintió, sin emitir una sola palabra se acercó a pasos acelerados hacia la barandilla de estribor donde algunos marineros se encontraban coordinando la descarga de varios toneles. En voz terminante dijo: —Que todos los botes regresen para evacuar a los hombres, lo que no se haya salvado está perdido.—
Los hombres asintieron y uno de ellos asomó su cuerpo por sobre la barandilla para gritar y replicar la orden a los botes que se encontraban amarrados junto al casco de El Retiro. Rápidamente las indicaciones se fueron replicando a lo largo de toda la hilera de botes que iba y venía desde la nave hasta la costa.
Nock volteó y se encaminó en dirección a la cubierta central. Luego descendió rápidamente la escalinata hasta adentrarse en la cubierta inferior. A medida que avanzaba, comenzó a dar indicaciones a los tripulantes:—¡Vamos señores, no tenemos toda la noche! ¡La carga puede esperar, ahora todos a los cañones maldita sea!—
Mientras Nock alzaba su voz para guiar a los artilleros, el ruido y las detonaciones del combate en la costa llegaban a él, ahora de manera más clara y constante.
Los hombres se agolpaban en la galería de tiro, manipulando los cañones para alistarlos. Los quejidos y sonidos de las poleas comenzaban a generar el clima pre combate que carga de adrenalina a los marinos.
Nock tomó su posición detrás de una de las culebrinas, dando algunas instrucciones para que el resto de la cuadrilla que manipulaba el cañón ajustara las cuñas que permiten elevar o descender el ángulo del arma.
Mirando por la tronera, pudo observar con mucha nitidez la silueta del Mauritius avanzando hacia ellos, esta vez ladeándose levemente y comenzando a mostrar sus cañones de babor. A medida que la nave completaba el giro, las troneras se fueron abriendo una tras otra.
Nock comenzó a calcular cuantos cañones tenían, llegó a la conclusión que estaban empatados. Si hubieran tenido todas las culebrinas a bordo, El Retiro arrasaría en unas pocas andanadas la nave holandesa.
Mientras calculaba la distancia entre ambas naves, pudo ver el destello de una de las troneras, y el primer disparo del Mauritius hizo elevar una columna de agua justo por delante de ellos.