Te encuentras leyendo la segunda parte de El Llamado del Ocaso, titulada: El Filo del Tiempo
Lee El Llamado del Ocaso (Fragmento 1° al 300°) desde el Fragmento N°1⠀
Sin perder el tiempo, Edward dijo:—Edahi, ayúdanos a evacuar a Megan y Aidan.—
—Como ordene.— afirmó el nativo.
El ruido de disparos y gritos se oía en las inmediaciones del campamento. El sonido de los cañones había sido solo de una andanada, lo cual indicaba que ahora la tripulación de El Retiro estaba trabada en combate cuerpo a cuerpo contra los holandeses.
Edward se aproximó a la mesa más cercana y con su brazo despejó la superficie, arrojando al suelo unos cuantos libros y un jarrón con agua. Luego giró para aproximarse a la litera y ayudar a trasladar el cuerpo de Megan, debilitado por la fiebre.
—Con cuidado, despacio, despacio.—indicó Fausto mientras los tres acomodan suavemente a la mujer sobre la mesa.
Al recostar a Megan, Edward dijo:—Fausto, nosotros podremos mejor con la camilla, tu encargate de Aidan.—
El médico asintió en silencio, y se dirigió rápidamente a la cuna del niño. Envuelto en sábanas, ajeno a las detonaciones y la batalla que se estaba desarrollando a su alrededor, el pequeño Aidan Gregor permanecía semi dormido. Fausto lo envolvió y entrelazó las sábanas alrededor de su torso, formando un cabestrillo sobre su pecho con el niño en su interior.
Luego regresó junto a Edward y Edahi.
—Listo, vámonos.—
El nativo y Edward levantaron la tabla que se encontraba sobre la base de cuatro patas, al hacer fuerza desprendieron la plancha de madera que formaba la mesa y de ese modo la utilizaron de camilla improvisada.
Edahi iba adelante, mientras Edward sostenía la tabla desde atrás. Fausto se mantenía a pasos acelerados junto a ellos, utilizando uno de sus brazos para contener al niño que se encontraba colgado sobre su pecho, evitando que se moviera con el vaivén a medida que avanzaban.
En cuanto salieron fuera de la tienda, el panorama de la batalla llegó más claro hasta ellos. Por algún motivo, una sección de barriles y cofres con especias se había comenzado a incendiar, el humo se mezclaba con un extraño olor floral chamuscado, impregnando todo el campamento. Las llamas proyectaban sombras inexactas de hombres corriendo, trabados en lucha, mientras las voces de quienes combatían se entremezclaban con el sonido de la agonía de quienes ya habían sido abatidos.
Por un instante Edahi pareció detenerse ante el panorama sombrío, pero Edward presionó y el nativo mantuvo su marcha.
Iban a toda marcha, casi trotando, pero se esforzaban por mantener sus pies sobre la arena para evitar dar saltos y empeorar el frágil estado de Megan. A pesar de la relativa corta distancia, la tarea era ardua, el peso de la tabla hacía que sus botas se hundieran en la arena mientras el sudor se escurría por sus hombros y brazos, dificultando el agarre de la camilla.
Al salir a la playa, pudieron ver los últimos botes que se mantenían en el agua poco profunda, listos para zarpar con los últimos hombres que arribaran. Al mirar a su derecha, Edward pudo notar otra columna de holandeses que se aproximaban por la línea costera, algunos de sus hombres intentaban contener el avance pero estaban siendo superados en número y retrocedían poco a poco.
Al llegar al mar, se aproximaron al bote más cercano, hasta que el agua casi les llegó a la cintura. Fausto subió a la embarcación y tomó el cuerpo de Megan mientras Edward y Edahi la sostenían desde el agua. El médico intentó recostarla de la manera más suave, mientras contenía al pequeño Aidan sobre su torso.
En cuanto Megan estuvo sobre el bote, Edward dijo:—Ve con ellos Edahi.—
El nativo miró a los ojos a Edward mientras abría la boca para protestar:—Capitán no puedo…—
—Es una orden.— afirmó Edward.
Colocando una mano sobre el hombro de Edahi dijo:—Mi ingenuidad ha contribuido de gran manera a que esto ocurriera, debo volver e intentar cubrir la retirada de los que aún se encuentran en la costa. Nos veremos a bordo más tarde.—
Sin aguardar reacción del nativo, Edward volteó y comenzó a vadear la costa en dirección a la playa. Al verlo marcharse, Edahi pudo observar la línea costera, los destellos de disparos que se observaban emerger de entre la vegetación, y las llamas que consumían el campamento, proyectado sus luces y sombras sobre las olas que rompían suavemente contra la arena.
De un salto, Edahi subió a la embarcación y tomó lugar junto a uno de los remos. Mientras se esforzaba por remar y salir de la rompiente, mantuvo su vista fija en Edward. Lo vio salir del agua, desenvainar su sable nuevamente, y perderse entre la vegetación y las llamas.
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