Te encuentras leyendo la segunda parte de El Llamado del Ocaso, titulada: El Filo del Tiempo
Lee El Llamado del Ocaso (Fragmento 1° al 300°) desde el Fragmento N°1⠀
En cuanto sus pies abandonaron el agua, Edward comenzó a correr a toda velocidad hacia la línea de trincheras que formaba el perímetro del campamento. Alimentado por la brisa nocturna, el fuego había saltado hacia algunas de las tiendas, y comenzaba a consumir gran parte de la base.
De reojo pudo observar que la tienda donde hacía algunos minutos se encontraba Megan, ahora estaba cubierta en llamas que se elevaban hacia lo alto, desprendiendo destellos que iluminaban a los hombres que se encontraban luchando a su alrededor.
Antes de llegar a las trincheras, Edward se topó con sus hombres que venían en retirada, entre ellos Umbukeli. El somalí avanzaba tortuosamente con otro marinero apoyado sobre sus hombros, el sujeto sangraba profusamente por una herida abdominal en el costado, casi a la altura de la cintura.
—No queda mucho, hemos perdido el control de los cañones.— dijo Umbukeli.
Edward se colocó al otro lado del marino herido, y este quedó colgando de los hombros de ambos, mientras Edward y el somalí retrocedían hacia la costa.
—¡Retirada, a los botes!— gritó Edward.
Comenzaron a replegarse, formando un abanico abierto entre la veintena de sobrevivientes que aún no habían abandonado el campamento. Mientras cedían terreno, el peso del sujeto herido provocaba que sus piernas se incendiaran por dentro, cada músculo ardía como si estuviesen frente al sol del medio día.
Agitado, Edward llegó a decir:—Adelántate con éste y los demás heridos, cubriremos tu retirada.— y con un empuje de su hombro se liberó del marinero dejándole todo el peso muerto a Umbukeli.
El somalí tomó al marino con la incisión en su abdomen y gritándole a otro sujeto que se encontraba a su lado dijo:—Ayudame con aquel otro herido.— mientras le señalaba con la mirada el cuerpo de otro joven que se arrastraba en la arena en dirección a los botes.
A pasos acelerados, Umbukeli chapoteaba con el agua sobre las rodillas mientras luchaba por acercarse a uno de los dos botes que aún aguardaban flotando en el agua poco profunda. Detrás del diminuto bote, se elevaba la figura de El Retiro, la nave había cambiado su posición y ahora se encontraba perpendicular a la costa con sus cañones apuntando hacía el otro extremo de la bahía.
Una rafaga de los cañones ensordeció la playa y eliminó a todos como si fuese un rayo. La cortina de humo que se generó, envolvió gran parte de El Retiro. Umbukeli observó en dirección hacia los disparos y por primera vez se percató de la nave holandesa en la bahía, más pequeña que El Retiro, pero aproximándose en un ángulo abierto.
Otro destelló los cubrió, y la detonación de la respuesta holandesa proveniente desde el Mauritius llegó hasta ellos. Por dentro el somalí pensó:”Nos están flanqueando en un ángulo abierto, cerrándose la salida de la bahía. En cuanto tomen por completo los cañones de la playa y los giren en contra nuestro, estaremos perdidos.”
Sabía que el galo a bordo de El Retiro, debía estar percatándose de lo mismo. Tenían pocos minutos antes de que la trampa se cerrara por completo sobre ellos.
En un esfuerzo, Umbukeli subió el cuerpo del marinero herido al bote e indicó al remero:—Evacua a todos los hombres en este bote, deja el último bote para el capitán y los que últimos que lleguemos con vida.— mientras señalaba la embarcación contigua.
Con su rostro cubierto de miedo, el remero dijo:— Como ordene.— y todos los hombres comenzaron a apiñarse en una sola embarcación, dejando en solitario el último bote.
El somalí extendió su mano y tomó el hombro del remero mirándolo fijo a sus ojos:—Si no logramos evacuar, dile a Favre que espere hasta la próxima estación en Ozouri. Si para ese entonces no tiene noticias nuestras, puede tomar la decisión que considere mejor.—
El remero asintió, era un joven de cara pálida y redonda.
—¿Comprendido?— volvió a insistir el somalí.
—Comprendido— dijo el joven asintiendo nuevamente.
Umbukeli soltó su hombro y giró, y nuevamente comenzó a luchar contra el agua poco profunda para regresar a la playa. A medida que el agua descendía, pudo aumentar su velocidad, estaba relativamente cerca del último grupo que se mantenía de pie luchando, cubriendo la retirada de los heridos, podía distinguir a Edward de pie trabado en combate en el centro del grupo.
Echó un último vistazo por sobre su hombro antes de abandonar el agua, y pudo ver al joven remero con su bote cubierto de marineros en su mayoría heridos, alejándose poco a poco, mientras el último bote permanecía en soledad meciéndose con el movimiento de las olas.
El somalí volvió a enfocarse en la playa, y al comenzar la carrera sobre la arena firme, las detonaciones lo detuvieron. Esta vez los disparos provenían desde el interior del campamento, eran los cañones que se encontraban en las trincheras y la jungla perimetral disparando hacia El Retiro.
Observó hacia adelante, y vio como el grupo de holandeses que se aproximaba por la playa cerraba el paso hacia el mar a los últimos sobrevivientes, cercándolos por completo.
Umbukeli miró a su alrededor, el campamento en llamas irradiaba luces y sombras sobre la costa, el grito de los holandeses victoriosos se hacía escuchar por sobre el disparo de los propios cañones que ahora apuntaban hacia la bahía. Al ver a El Retiro izar sus velas completamente, comprendió que no muchas opciones quedaban a su disposición.
El somalí aceleró a toda velocidad, y se adentró en la jungla, antes de que algún holandés se percatara de su presencia.
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