Lee la historia completa desde el Fragmento N°1
Cuando Aidan Gregor oyó el estruendo lejano de los cañones, se regocijó de alivio. Como una madre distingue sin dubitar el llamado de su hijo, Greg no requirió girar para validar que el origen de las explosiones eran las culebrinas de El Retiro. Logró instantáneamente identificar el rugir de los cañones de veinticuatro libras, y sintió un alivio al ver el estrago que causaban los impactos sobre el límite de la jungla, desde donde los acechaban los nativos. Conocía su nave, cada pulgada hasta el más ínfimo detalle, e incluso reconocía cada ruido que del viejo galeón, hasta el rugir de sus cañones. El Retiro era su amante más preciada, y conocía cada palma de su cuerpo.
Su espíritu desbordó de júbilo, al escuchar la voz de Favre, cuando este acudió a su rescate. Los proyectiles habían generado una pausa, silenciosa de unos segundos.
—¡A los botes! — gritó Greg, con las últimas fuerzas de su cuerpo.
Los sobrevivientes se apiñaron en las barcazas, Favre tomó a Nock por debajo del brazo para ayudarlo a trepar a la barca, el primer oficial estaba muy malherido.
Greg se apuró a cerciorarse que ninguno de los cuerpos de sus hombres se encontraba aún con vida. Jamás se lo perdonaría si abandonaba a uno de sus marineros herido en ese infierno. Trastabilló numerosas veces mientras iba de cadáver en cadáver, sus piernas no respondían.
Se inclinó sobre uno de los marineros, e intentó tomarle el pulso, su mano temblaba, como si poseyera la fiebre más aguda. Edahi se aproximó e indicó: — ¡Vuelven sobre nosotros capitán!, no hay nada que usted pueda hacer. —
Umbukeli se acercó y juntos tomaron a Greg por la fuerza y lo arrojaron dentro de uno de los botes. Justo cuando una muchedumbre salvaje surgía de la jungla disparando flechas y lanzas. Pero ya estaban los suficientemente lejos como para que representaran un peligro.
Greg se encontraba recostado en el centro, sobre el suelo del pequeño barco, murmullaba repetidamente: — Los hombres …en la costa…no podemos abandonarlos… — una y otra vez.
Posó sus ojos en la mirada de Elizabeth Hein, que lo observaba con indiferencia, sonrió levemente y se desmayó.