Fragmento N°38

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El pequeño bote avanzaba hacia la costa. Según se iban aproximando, Piet Hein con su catalejo de pie en la proa, observaba la playa e iba obteniendo mayor lujo de detalle.

Recorrió con su vista una zona amplia de la costa, y vio lo cuerpos desperdigados de numerosos hombres, lo que llamó su atención fue que algunos caídos eran marineros, y fue por ese motivo que decidió anclar El Mercurio en la bahía y arriesgarse a explorar la costa. Su instinto le indicaba que valía la pena el riesgo.

Al encallar el bote en la arena, el capitán Hein descendió con sus hombres y comenzaron a examinar la playa. Todos iban armados con pistolas y sables, y sobre la borda de la barcaza habían montado un trabuco en el caso de que necesitarán mayor poder de fuego.

Piet Hein se acercó al remo que flotaba libremente en el oleaje superficial, yendo y viniendo con la marea. Puso su pie sobre él para detenerlo y lo examino con detenimiento. La madera era fina y tallada, tenía algunos detalles sobre la empuñadura y en el encastre que se anclaba en la chumacera. Intuyó que era una pieza de un bote de auxilio, que provenía de una nave respetable, un galeón o un bergantín a lo sumo.

Elevó su vista y comenzó a recorrer con su mirada cada uno de los cadáveres, había varios cuerpos nativos, muchos con impactos de proyectiles, mosquetes o pistolas tal vez.

—Capitán, aquí hay un sobreviviente. — le indicó su oficial.

Se aproximó lentamente al sujeto, se encontraba inclinado hacia adelante, su cuerpo pendía de los brazos, que eran sostenidos por dos de sus hombres, uno a cada extremo.

—Esta herido señor, muy débil, pero tiene chances.— completó el oficial.

Hein se colocó de cuclillas enfrente al malherido marinero, acercó su rostro al oído del sujeto, y en voz suave y pausada dijo: —Mi nombre es Piet Hein, vicealmirante de la flota de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, ¿Con quién tengo el agrado? —

Coise estaba muy débil como para hablar, intento levantar la vista, pero le fue imposible.

Piet Hein tomó su cabello, y levantó su rostro. Mirándolo fijo a los ojos, exclamó: —Llévenlo a la nave para interrogarlo.—

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