Fragmento N°45

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Nock sonrió y se dirigió a Greg haciendo su máximo esfuerzo por sostener su voz:— Aidan…mi espada…por favor.—

Gregor buscó a su alrededor y vió el arma de Nock recostada en un rincón de la improvisada enfermería. Caminó tortuosamente hasta llegar allí, y se detuvo a observarla, era una gran pieza, con finos detalles en su empuñadura y su filo reflejaba la luz de mañero a asombrosa. La tomó y regresó a Nock.

Antes de poder decir algo, Nock volvió a hablar:— Solía ser…de tu padre…hasta que los naipes…decidieron que…fuese mía.— dijo sonriendo.

Completó: —Ahora…es tuya…y recuerda…—

Greg lo interrumpió :—Si, ya se, “si la miras fijo, puede cortarte el iris en un santiamén”.— dijo entre lágrimas contenidas y con una sonrisa.

Gregor arrimó un taburete a la litera de Nock. Dejó la espada a un lado, y comenzó a recordarle a Nock viejas anécdotas de su infancia.

Recordaron, cuando Greg disparó un mosquete por primera vez, él apenas tenía 4 años en ese entonces. Nock lo había atajado luego de que la reculada lo tumbase, y el rostro de Gregor había quedado negro por la pólvora incendiaria.

Recordaron anécdotas de su padre, de sus gestos, sus expresiones, la manera en que repartía ordenes.

Gregor nunca paró, Nock no podía hablar ni responderle, sus fuerzas lo habían abandonado, el efecto del veneno se extendía por todo su cuerpo, atacando su sistema nervioso y respiratorio.

Greg habló casi ininterrumpidamente durante horas, mientras sostenía el brazo sano de Nock. Había estrechado su mano no solo por cariño, sino también para sentir su pulso mientras las horas pasaban.

Prosiguió, incluso cuando notó que Nock había descendido su cabeza y su ritmo de respiración disminuía lentamente.

Continuó durante algunas horas más, estaba anocheciendo.

Finalmente, Greg sintió la palma de Nock relajarse lentamente, y como su pulso desapareció por completo, su pecho había dejado de expandirse forzadamente, quedando inmóvil. Estrechó la mano de su amigo con fuerza, y quedó solo, en la inmensidad del pequeño cuarto, no lloró, había dicho todo lo que tenía para decirle.

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