Fragmento N°46

Lee la historia completa desde el Fragmento N°1

El habitáculo era muy oscuro, apenas se podía ver en su interior, no había ventanas ni aberturas, solo una puerta estrecha permitía el ingreso a esa pequeña habitación oculta en las profundidades de las bodegas de El Mercurio.

Sobre una mesa amplia, habían recostado a Coise, el joven grumete había estado inconsciente prácticamente todo el viaje desde la costa hasta la nave.

Las manos y pies de Cosie se encontraban atadas a los 4 extremos de la mesa, y una cuerda había sido tensada para que sostuviese su cabeza firme, siempre mirando hacia el techo de la habitación.

Detrás de la cabeza de él, habían colocado algunas velas que iluminaban el lúgubre cuarto.

Un oficial se aproximó a la mesa y arrojó medio balde de agua sobre el rostro de Coise.

Entre espasmos, Coise volvió a despertarse, sus ojos se abrieron y su mirada quedo posada en las vigas de madera que conformaban el techo.

Percibió voces y movimiento detrás de sí, pero no pudo girar ni voltearse, estaba inmovilizado. Tampoco su cabeza podía rotar para ver de dónde provenían las voces, su única visión eran las sombras difusas que se conformaban en el techo, proyectadas por la luz de las velas.

El rostro de Coise, fue invadido por el terror, comenzó a sudar copiosamente y a mover su cuerpo intentando liberarse de las ataduras que lo contenían.

Oyó algunas risas detrás de sí, y eso le provocó aún más desesperación.

Fue entonces cuando una voz emergió y se dirigió directamente a el. —Disculpe mi falta de cortesía. Bienvenido a mi nave, espero que las comodidades de abordo sean de su agrado.— expuso Piet Hein

Coise comenzó a temblar, su voz tartamudeó al salir de su boca —¿Dddddonde estoy?— Piet Hein volvió a reír, sus carcajadas resonaban en el camarote, y eran amplificadas por un pequeño eco que se generaba. —Tranquilícese hombre, usted no debería temer a las actuales circunstancias.— dijo Hein. —¡¡¿Ddddonde estoy?!!— Gritó Coise.

Piet Hein se aproximó, Coise pudo ver sus ojos, y como una sonrisa se dibujaba en su rostro.

Hein habló: —Usted no debería tener miedo mi amigo, pues usted, ya está muerto.—

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: