Fragmento N°48

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El oficial se encontraba fuera del camarote, aguardando solitario a oscuras en el angosto corredor solo iluminado por los destellos que escapaban por debajo de la puerta del pequeño cuarto.

Por debajo de la puerta, se proyectaban sombras difusas que dejaban percibir los movimientos que se daban dentro de la habitación.

Era un joven oficial, de no más de 25 años, esbelto y agraciado, su cabello rojizo se arremolinaba y escapaba por debajo de su tricornio. Provenía de Rotterdam, había sido asignado a la flota de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales hace ya varios meses, pero hacía pocas semanas lo habían reasignado a El Mercurio, bajo el mando del capitán Piet Hein.

Desde entonces, su cuerpo se mantenía joven, pero su rostro se había desgastado considerablemente. De pie en el corredor, sus ojos se posaban fijos en la oscuridad, abiertos plenamente y solo parpadeando de manera ocasional, con una mano sostenía la vaina de su sable, mientras la otra mantenía sujetada firmemente la empuñadura. Su postura estoica parecía producto de un trance, que lo mantenía inmóvil y que solo reaccionaba cuando oía algunos de los gritos que provenían del cuarto. Cada vez que escuchaba algún gemido de dolor, el oficial tensaba su cuerpo, y cerraba los ojos lentamente, como si el padecimiento fuera proyectado hacia él.

Se sintió aliviado al percatarse que los gritos cesaron, y se sobresaltó de tal manera al oír el pasador correr y abrirse la puerta, que su tricornio cayó al suelo.

Hein emergió, la luz tenue no dejaba ver, pero el oficial logró percibir sus brazos empapados de sangre, y un frío helado caló espina.

—Curso a Tortuga, oficial. — dijo Hein , y se dirigió hacia el otro extremo del pasillo para subir a las cubiertas superiores.

Antes de llegar al extremo del corredor, Hein giró y se dirigió al oficial nuevamente: —Pensándolo bien, usted limpie el cuarto, yo me encargaré de informarle el rumbo al timonel.— y desapareció por el pasillo.

El oficial asomó su cuerpo al umbral del pequeño camarote, miró la mesa, y la figura amorfa e inmóvil que vió sobre ella, quedó grabada en su mente por siempre.

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