Fragmento N°57

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Gregor se mostró sorprendido, relajó su voz:—Con gusto le invitaría un trago Srta Hein, pero verá, me han comentado que en mí ausencia usted ha tomado el control de las provisiones y tiene un estricto control de las mismas.— Elizabeth rio y afirmó:— Mi control es lo que nos mantendrá vivos, dictaminando la manera en la cual cada hombre de esta nave debe consumir las escasas provisiones si no queremos comenzar a dispararles a las aves con tal de no morir de inanición.— Gregor lanzó una risa.

Elizabeth remató:— Realmente no es un buen plan el de las aves capitán, usted tiene pésima puntería.— y lo miró fijo a los ojos para ver como reaccionaba Greg ante la provocación.

El rio irónicamente:— Es verdad, mi puntería no es la mejor, o al menos no comparada con la suya madame.— Una pausa se produjo, y ambos se miraron.

Greg continuó:— Es más, su puntería salvó a Nock, y en parte nos salvó a todos esa tarde en la playa. Jamás le agradecí.— Elizabeth estaba anonadada, había buscado provocar la ira del hombre, y en cambio este se estaba mostrando tal cual era.

Gregor prosiguió:— Es más, no le he agradecido los cuidados que brindó a Nock durante sus últimos momentos, y la colaboración que ha significado su trabajo para la labor diaria de Favre mientras yo no he estado.— Elizabeth estaba sorprendida por el tono genuino que oía de Aidan Gregor, El Celta, pirata, del cual los marineros holandeses contaban historias sanguinarias.

 —En fin.— dijo Greg, — Es mi intención dejarla a salvo en tierra donde pueda regresar con los suyos, si es que eso paga mi deuda.—

Elizabeth titubeó y dijo:—Ehm, si, si, con eso estará bien.— Gregor se irguió y dijo:—A partir de mañana puede caminar libremente, Arthur volverá a sus quehaceres.— y comenzó a descender a su camarote.

Elizabeth quedó sola en la barandilla, elevó la voz y dijo: —Capitán Gregor, a partir de mañana usted puede llamarme Elizabeth.— Gregor sin girar alzó la voz para responder:— Como usted diga madame, como usted diga.— y desapareció por la escalera. Elizabeth Hein quedó sola, bajo el cielo interminable, confundida, de pies a cabeza.

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