Lee la historia completa desde el Fragmento N°1
Arthur se encontraba en el mismo cuarto que había acogido que Greg y Nock cuando estos se encontraban malheridos. Ese habitáculo se había ganado la reputación de enfermería, aunque aún estaba latente el recuerdo de Nock.
Luego de que depositaran a Arthur en el habitáculo, Elizabeth se había quedado a solas con el marinero.
Arthur formaba parte de la escuadrilla de artillería que Elizabeth había comandado durante las prácticas de tiro, a su vez, él también había sido uno de los pocos marineros que la habían custodiado cuando ella disponía de limitaciones para circular por la nave. Por lo cual, Elizabeth había desarrollado un apego particular hacia él.
Arthur descansaba en una litera, inconsciente. Un cabestrillo improvisado que Elizabeth había confeccionado, sostenía su brazo dislocado. Sobre su cuello, rostro y hombros, donde el roce de las cuerdas habían quemado su piel, unas vendas húmedas ocultaban la carne viva.
Greg golpeó la puerta. —Pase— dijo desganadamente Elizabeth.
Gregor ingresó y cerró detrás de sí. —¿Cómo se encuentra?— Preguntó.
Elizabeth dudó:—Usted le ha salvado la vida— dijo temblorosamente
Greg la miró preocupado, notaba algo raro. —¿Qué ocurre?— consultó, dando un paso hacia adelante.
Ella le dió la espalda y se giró hacia la pequeña ventana del habitáculo.
Sin mirarlo, habló:—He vivido mi vida inmersa en la guerra, ser hija de un almirante parece requerirlo. He suturado las heridas de hombres por la noche, que no han vivido lo suficiente para ver el amanecer.— hizo una pausa.
Prosiguió:—Por cada hombre que he visto morir, podría contar una estrella del firmamento, temiendo que el cielo no sea suficiente para ello.— Giró hacia Greg, sus ojos estaban abarrotados de lágrimas.
Dijo:— Pero aún así, no logro acostumbrarme al vacío que genera perder a alguien.—
Gregor sorprendido, replicó:— Esta fuera de peligro, solo debe recup…— Jamás pudo completar la frase, Elizabeth se arrojó sobre él y comenzó a sollozar sobre su pecho. En silencio, Gregor alzó lentamente sus brazos, y la abrazó, quedando en silencio bajo la penumbra, fundidos el uno con el otro.