Fragmento N°97

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Piet Hein dobló la última esquina y se encontró de cara al mercado principal. Al ver la multitud y distinguir la figura de varios guardias dijo: —Maldición, enfunden sus armas, no queremos llamar la atención. —

Giró para ver enfrentar a Roger, tuvo que alzar levemente su mentón para mirar al primer oficial directamente a los ojos, dijo: —Llévate un hombre y ve por la izquierda, yo iré por …—

En ese instante un silbido interrumpió sus palabras, y se dio vuelta para detectar el origen de este.

A unos doscientos pies, en el extremo opuesto de la plaza, debajo de la entrada principal, Hein observó como unos ocho guardias se cernían alrededor de una figura. La gente que ocupaba ese sector de la plaza comenzó a dispersarse dejando ver con más claridad la escena.

Uno de las guaridas que se encontraban detrás del sujeto dio un paso adelante y golpeó con fuerza al individuo usando el asta de su pica, impactándolo en la espalda a la altura del cuello. El hombre trastabillo, pero siguió de pie. Fue entonces cuando otro de los soldados le propinó un puntapié, el sujeto se tambaleó y finalmente sus piernas cedieron, cayendo de rodillas sobre el suelo de grava.

Dos soldados se aproximaron y lo tomaron por sus hombros mientras otro le colocaba unos grilletes sobre sus muñecas.

La muchedumbre atónita observaba en silencio, de manera tal que podía oírse el oleaje del océano y las aves cantando en la vegetación, fuera de la guarnición.

El fugitivo fue puesto de pie, y apuntalado para que caminara en dirección a donde Hein y sus hombres se encontraban.

El maltratado hombre iba en el centro, rodeado de dos guardias detrás de el y dos enfrente, mientras el resto de los soldados se adelantaba para dispersar la muchedumbre y abrirle paso al prisionero y su escolta.

Un guardia se aproximó al holandés y dijo amargamente mientras los empujaba: —¡A un lado!.—

Al pasar enfrente de ellos, Piet Hein pudo observar al cautivo con detenimiento.

Roger habló: —¡Es ese maldito nativo que acompañaba al Celta!—

Piet Hein sonrió, por dentro una voz interna recitaba: —Jamás lo abandonarán, volverán por él, y estaremos listos…—

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