Fragmento N°307

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La silueta en el horizonte fue tomando forma poco a poco, cuando la nave se adentró en la parte ancha del canal y dio el giro final para dirigirse hacia la ciudad,  pudo observarse con claridad de qué tipo de embarcación trataba.

—Es una regordeta carraca— dijo escupiendo al suelo Gijs.

Desesperanzado, su compañero Lievien comentó:—Jamás saldremos de este apestoso lugar, nos hundiremos en cuanto salgamos del canal si nos subimos a esa nave de antaño.—

Roos aguardó algunos segundos antes de opinar, pensativo observaba la figura de la embarcación. A la distancia, parecía ser que Gijs tenía razón, la silueta se asemejaba a la redonda y ancha figura de una carraca mercante.

La reputación de las carracas no era la mejor, ya casi estaban en desuso, y su poca fiabilidad para atravesar vendavales o maniobrar en aguas poco profundas era ampliamente conocida. La gran mayoría de las naciones europeas se permitía gastar algunos doblones de oro extra, y construir galeones, muchos más fiables, maniobrables, y mejor armados.

Una corriente de viento fría se adentró en el canal e infló los aparejos de la nave e hizo flamear en lo alto del palo mayor la bandera británica. Al desplegarse todo el velamen,  Roos pudo observar de manera clara los tres mástiles, pensativo dijo:—Tal vez en el pasado haya sido una vieja carraca, pero alguien ha destinado una cuantiosa suma en poner en forma a ese viejo pedazo de madera.—

Con un movimiento barrió la mesa y empujó las monedas hasta su mano. Los trozos de oro y plata tintinearon al chocar entre sí en su bolsillo.

Poniéndose de pie dijo:—En marcha, creo que tenemos una cita con el capitán de la hermosa damisela de roble que acaba de ingresar al puerto.—

***

Disimuladamente, los tres holandeses deambularon por el amarradero para observar minuciosamente la nave que se aproximaba. Roos estaba en lo cierto, tal vez el casco correspondía a una carraca, pero se había puesto mucho énfasis en renovar los mástiles y aparejos para mejorar su maniobrabilidad. También se había invertido una cuantiosa suma en dotar a la embarcación de numerosos cañones de diversos calibres.  Todo esto la configuraba como una nave muy similar a un galeón.

Roos llegó a contar veinte culebrinas cuidadosamente resguardadas a estribor, y sonrió al leer con letras amplias y relucientes sobre la proa el nombre de la nave. Tal vez sería una ironía pensó, pero el nombre grabado sobre el casco recitaba: «𝘎𝘰𝘥 𝘰𝘧 𝘓𝘶𝘤𝘬».

En voz baja, pero audible para sus compañeros, Roos dijo:—Tal vez podamos navegar con la suerte después de un tiempo.—

En pocos minutos, varios tripulantes descendieron para comenzar a coordinar las tareas de amarre. Luego, un grupo de cinco hombres descendió y comenzaron a caminar a lo largo del muelle hacia la ciudad.

Roos pudo identificar claramente al capitán a la cabeza, e intuyó que los demás serían sus oficiales. Los sujetos continuaron caminando hasta adentrarse en la taberna del puerto.

Roos, Lievin y Gijs regresaron a la taberna, al ingresar divisaron a los hombres del 𝘎𝘰𝘥 𝘰𝘧 𝘓𝘶𝘤𝘬 en el extremo del lugar, reunidos en una mesa mientras disfrutaban de sus bebidas.

Los tres holandeses se sentaron en el extremo opuesto. Roos metió su mano y extrajo un puñado de sus últimas monedas. Acomodándolas en su palma, dijo:—Espero que esta inversión rinda sus frutos.— 

Tomó dos trozos de plata y se dirigió hacia la barra principal de la taberna. Gijs y Lievien aguardaron sentados mientras observaban como Roos invitaba una ronda completa para todos los oficiales y el capitán del 𝘎𝘰𝘥 𝘰𝘧 𝘓𝘶𝘤𝘬.

Transcurrieron unas dos horas mientras Roos conversaba acaloradamente con el capitán y sus oficiales. Una nueva ronda fue servida, se entonaron diferentes canciones que fueron cantadas entre abrazos y exclamaciones ininteligibles.

Estupefacto, Lievin observaba cómo Roos invitaba un trago al capitán, una especie de bebida dentro de una botella delicada que fue traída por la mesera especialmente. Furioso dijo a Gijs:— Ese maldito los está emborrachando con nuestro dinero.— 

Finalmente, los ingleses se levantaron y se retiraron entre tropiezos y traspiés., incluso chocando con varios de los muebles del lugar.

Roos se aproximó a sus amigos, en no muchas mejores condiciones. Al sentarse, un eructó emanó de manera estruendosa de su boca, rociando de olor a licor a sus amigos.

Lievin dijo:— Danos una razón por la cual no golpearte hasta que me tiemblen las manos por gastarte todo nuestro dinero emborrachando a esos malditos ingleses.— 

Roos sonrió con su vista perdida:— Te daré no solo una.— 

Miró distraídamente a los costados para garantizarse que no estaba siendo observado, luego dijo:— En primer lugar, porque en cuanto el 𝘎𝘰𝘥 𝘰𝘧 𝘓𝘶𝘤𝘬 zarpe hacia el norte, irá a Nueva Ámsterdam, y cada uno de nosotros tendrá un lugar a bordo gracias a mi precisa gestión.— 

Lievien sonrió, abrió su boca para exclamar algo pero Roos lo interrumpió sacando un pequeño saco y colocándolo sobre la mesa.

— Y en segundo lugar, porqué logré arrebatarle esta pequeña fortuna al capitán mientras cantábamos abrazados 𝘎𝘳𝘦𝘦𝘯𝘴𝘭𝘦𝘦𝘷𝘦𝘴 maldito idiota.— 

Roos se puso de pie nuevamente diciendo:— Pide otra ronda, la naturaleza me llama.— y salió por la puerta de atrás de la taberna.

Procesando…
¡Lo lograste! Ya estás en la lista.

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